a propósito del comentario y recuerdo que hace la Pily...
Los caminos de Dios son particularmente extraños. Cuando mi papá decidió rehacer su vida, necesariamente debe haber pensado en establecer una nueva familia.
Tengo vagos recuerdos de algunas pololas con las que saliera, o llegara a la casa de mis abuelos, pero cuando apareció María Elena la cosa fue en serio. Uno de sus primeros encuentros, después de viudo, fue cuando aun estábamos viviendo en el departamento de Los Empart en la calle Los Carrera
Cierta tarde, después de almuerzo, tocaron a la puerta un par de alumnas de Servicio Social, por una encuesta. Mi abuela materna, Lucrecia, llamó a mi papá, al punto que una de ellas preguntaba por la señora María Adelina Ríos.
La pregunta tomó por sorpresa a mi abuela. Mi mamá había muerto hacía ya casi un par de años y la respuesta de su deceso desconcertó a la encuestadora, quien al ver aparecer a mi papá, se presentó y le hizo recordar su parentesco con los hermanos Etcheverry. Aun cuando ambos se habían visto en algunas fiestas o cumpleaños y mi papá ya conocía a los dos hermanos mayores -Sergio y Juan-, no existía mayores intereses en común, sobre todo por la diferencia de edad. Hay que agregar, además, que ya se encontraba con tres niños pequeños.
El tenor de la conversación al interior del departamento, derivó entonces a temas que no fueron determinantes para el cuestionario, pues en algo se conocían. La joven Asistente Social era María Elena, tenía 26 años y mi papá bordeaba los 35.
Más adelante, cuando construyeron la casa de Freire y nos cambiamos a fines del 68, María Elena vivía en la Avenida Retiro. En algunas mañanas lograban coincidir en los horarios en que cada uno esperaba movilización. ¿Casualidad o conveniencia? Ella trabajaba como Asistente Social en la Universidad de Chile, en Valparaíso y empezó una buena amistad, que al poco tiempo derivó en pololeo. Más adelante, a raíz de una nueva beca, María Elena viajaría a Estados Unidos.
Siempre tuve la oportunidad de presumir de que yo había asistido al casamiento de mis papás, aunque fuera el segundo. Así, luego de su regreso en el país del norte, el 21 de diciembre de 1969, en una ceremonia que se realizó en la antigua Capilla de Retiro de los Salesianos, cristalizaron su matrimonio. Tenía una nueva madre y formaba parte de una nueva familia.
Tengo vagos recuerdos de algunas pololas con las que saliera, o llegara a la casa de mis abuelos, pero cuando apareció María Elena la cosa fue en serio. Uno de sus primeros encuentros, después de viudo, fue cuando aun estábamos viviendo en el departamento de Los Empart en la calle Los Carrera
Cierta tarde, después de almuerzo, tocaron a la puerta un par de alumnas de Servicio Social, por una encuesta. Mi abuela materna, Lucrecia, llamó a mi papá, al punto que una de ellas preguntaba por la señora María Adelina Ríos.
La pregunta tomó por sorpresa a mi abuela. Mi mamá había muerto hacía ya casi un par de años y la respuesta de su deceso desconcertó a la encuestadora, quien al ver aparecer a mi papá, se presentó y le hizo recordar su parentesco con los hermanos Etcheverry. Aun cuando ambos se habían visto en algunas fiestas o cumpleaños y mi papá ya conocía a los dos hermanos mayores -Sergio y Juan-, no existía mayores intereses en común, sobre todo por la diferencia de edad. Hay que agregar, además, que ya se encontraba con tres niños pequeños.
El tenor de la conversación al interior del departamento, derivó entonces a temas que no fueron determinantes para el cuestionario, pues en algo se conocían. La joven Asistente Social era María Elena, tenía 26 años y mi papá bordeaba los 35.
Más adelante, cuando construyeron la casa de Freire y nos cambiamos a fines del 68, María Elena vivía en la Avenida Retiro. En algunas mañanas lograban coincidir en los horarios en que cada uno esperaba movilización. ¿Casualidad o conveniencia? Ella trabajaba como Asistente Social en la Universidad de Chile, en Valparaíso y empezó una buena amistad, que al poco tiempo derivó en pololeo. Más adelante, a raíz de una nueva beca, María Elena viajaría a Estados Unidos.
Siempre tuve la oportunidad de presumir de que yo había asistido al casamiento de mis papás, aunque fuera el segundo. Así, luego de su regreso en el país del norte, el 21 de diciembre de 1969, en una ceremonia que se realizó en la antigua Capilla de Retiro de los Salesianos, cristalizaron su matrimonio. Tenía una nueva madre y formaba parte de una nueva familia.
La Pily acota pequeñas cosas que todavía las recuerdo también, como el regreso en taxi de la feliz pareja con tres niños, la cantidad de helados que comí ese día y, entre otras instancias, conocer a mi primo Luchito, el Lutlo, del que más adelante haríamos muy buena amistad... pero eso lo dejaré para otra historia.
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